En Argentina entre 5.000 y 7.000 personas entre 20 y 40 años, principalmente mujeres (cada 2 mujeres, 1 hombre la padece) son afectadas por esclerosis múltiple.
Si bien existen casos, no es frecuente ver esta enfermedad en niños o en personas mayores de 60 años. La difusión de los síntomas de la enfermedad ayuda a limitar el avance de la misma, ya que un diagnóstico previene severos daños.
Hoy la esclerosis múltiple tiene tratamiento, para lo cual se deberá consultar al especialista adecuado, el neurólogo. La esclerosis múltiple daña la mielina del cerebro y la médula espinal, sustancia de proteínas y grasas que rodea las estructuras nerviosas.
La afectación de la mielina es consecuencia de una respuesta anormal del sistema inmunológico hacia el propio organismo. Normalmente este sistema defiende nuestro cuerpo de "invasores" ajenos, como por ejemplo, los virus y las bacterias. En este caso el organismo agrede a su propio tejido. Este daño imposibilita la adecuada transmisión de los impulsos nerviosos, alterando así el normal funcionamiento neurológico.
Los síntomas más frecuentes de la esclerosis múítiple son: Entumecimiento o adormecimiento de los miembros, hormigueos, alteraciones visuales: visión doble, nublada o ceguera parcial. Dificultades sexuales (insensibilidad vaginal o vértigo, debilidad, incoordinación de los movimientos, dificultades para caminar o mantener el equilibrio, cansancio inusual o fatiga, temblor, incontinencia fecal u orinaría, rigidez.
La esclerosis múltiple es diagnosticada tras un estudio de los síntomas que incluye: examen neurológico, resonancia magnética de cráneo y médula espinal y, eventualmente, un análisis del líquido céfalo-raquídeo por punción lumbar.
La enfermedad puede presentarse de 5 formas diferentes: Benigna, remitente-recidivante (con brotes: la más frecuente), secundaria-progresiva, primaria-progresiva y progresiva con exacerbaciones. Las únicas drogas que han demostrado su capacidad para combatir la evolución de la esclerosis múltiple han sido el interferón beta-Ib, el interferón beta-la y el acetato de glatiramer.
Los interferones modulan la actividad del sistema inmunológico y actúan impidiendo o disminuyendo la hiperactividad de aquellas sustancias que atacan la mielina estabilizando la enfermedad.
El interferón beta-Ib ha demostrado ser capaz de controlar los ataques o brotes, disminuir la progresión de la enfermedad y reducir notablemente la aparición de nuevas lesiones cerebrales o medulares.