Tu abuela amaba todos los perfumes de Guerlain: Shalimar, Jicky. Pero nunca pude usar Jicky; nunca se llevó bien con mi piel". Mi madre está contándome cuentos de perfumes por teléfono. "En una ocasión fuimos tu padre y yo a la tienda Guerlain en París y probé Jicky. La muchacha tuvo que llevarme atrás, al baño de los empleados, y quitármelo frotando con un jabón fuerte. No me iba a dejar salir de Guerlain oliendo así".
Un perfume se parece mucho a otro, o así pensaba yo. Cada uno de los muchos receptores olfativos en la parte superior de nuestras fosas nasales puede, en principio, activar miles de patrones diferentes de señales nerviosas que nuestro cerebro interpreta como olores distintos. Pero no todos hacemos igual uso de ese equipo. Por cada Marcel Proust capaz de raptos de remembranza ante el olor y sabor de una magdalena mojada en infusión de tilo, hay muchos más de nosotros para quienes la nariz es sólo una pieza decorativa del rostro.
Lo cual es una pena, porque estamos viviendo una revolución de las fragancias. Nuestro entorno olfativo ha sido alterado radicalmente por sustancias sintéticas que surgen de los laboratorios de los bioquímicos.
Algunas son nocivas, pero las de los perfumes suelen ser maravillosas. Si Proust estuviese vivo, su memoria olfativa bien podría ser sintética.
Algún tiempo después de su experiencia con Jicky, mi madre estableció una larga relación con Arpége, de Lanvin. Escogió el perfume con el nombre perfecto. Una fragancia hermosa es como una melodía: un arpegio de notas químicas, donde cada una es un compuesto de átomos de carbono, hidrógeno y oxígeno enlazados en un anillo, una cadena o una combinación de ambos. Hay decenas o centenares de ingredientes en un perfume, pero en la piel se evaporan, y pasan a la nariz en tres etapas o notas, llamadas alta, media y base o fijador, dependiendo de cuan grandes y volátiles sean sus moléculas.
Las notas altas son moléculas volubles que se evaporan en minutos y se disipan: moléculas de cascara de cítricos como, por ejemplo, la bergamota.
Las notas de base pueden permanecer uno o más días. En los viejos tiempos —antes que los precios se dispararan y los clientes protestaran por esa practica— la base era casi siempre elaborada con secreciones animales como el almizcle, con el que el ciervo almizclero tibetano marca su territorio, o ámbar gris (una excreción del cachalote). Entre las notas altas y las bases se encuentra el corazón del perfume, que emana de quien lo lleva durante horas y es, frecuentemente, una armonía de esencias florales.
Cuando Arpége salió en 1927, ayudó a consolidar una revolución lanzada años antes por Chanel No. 5. Los dos perfumes contienen esencias tradicionales de jazmín y rosas. Pero su impacto se apoya en moléculas de carbono en cadena recta llamadas aldehidos, que no tienen equivalentes naturales: son puras creaciones de laboratorio. "En Arpége hay un bouquet floral", dice Elisabeth Carre, química de L'Oréal, el gigante francés de los cosméticos que es ahora propietario de Lanvin. "'Pero se le ha colocado bajo una luz radicalmente diferente por la adición masiva de aldehidos, que hace a las notas florales más frescas y brillantes".
Desde entonces, la creación de perfumes ha sido una labor conjunta de artistas y químicos. A los artistas, que pueden recordar miles de olores y componer en sus mentes nuevas fragancias, no les disgusta la intrusión de la ciencia.
"Hace un siglo, los perfumistas temamos 20 ó 30 productos sintéticos con los cuales trabajar", dice Olivier Cresp, perfumista de Firme-nich, una compañía suiza del ramo. "Hoy disponemos de 3.000. Imagínese si a Van Gogh le hubiesen dado para trabajar 3.000 colores".
Aun con tantas moléculas de olor en su paleta, las compañías como Firmenich se ven presionadas a encontrar nuevas esencias, la mejor manera de crear un producto que se destaque en un mercado ya inundado. Pero los químicos encaran un problema fundamental: nadie sabe por qué las cosas huelen como huelen. Nadie sabe lo que ocurre cuando una molécula olorosa se encuentra en la nariz con un receptor. Luego, no es posible diseñar olores nuevos a partir de principios establecidos.
En lo que sí se puede apoyar uno es en las reglas empíricas. Si busca una nota frutal nueva, por ejemplo, tendrá mejores posibilidades si comienza con éster, un compuesto aromático común en las frutas, que se forma al reaccionar el alcohol con el ácido carboxñico. Otras reglas son más precisas. "La mejor de todas es el alcanfor", dice Charles Sell, jefe de química orgánica de Quest International, otra firma de perfumería. "Si ve una forma molecular elipsoidal, como un balón de fútbol americano; su eje más largo tiene nueve y medio angstroms, por siete y medio angstroms su eje más corto; y si la molé-
cula es hidrofóbica, prácticamente se puede garantizar que olerá a alcanfor".
¿Pero qué sucede si un perfumista está buscando una molécula que, en vez de evocar al Vicks VapoRub, donde el alcanfor es el aroma dominante, evoque, digamos, al jazmín y el mar, para un perfume dirigido —es un ejemplo— a jóvenes ufanas de su femineidad pero seguras de sí y con espíritu aventurero?. "¿Jazmines y el mar?", pregunta Sell titubeando brevemente. "Bueno, para el olor a jazmín necesita una molécula con un átomo central de carbono rodeado por tres cosas: un grupo de alta polarización, un grupo polar débil y una cadena larga de átomos de carbono". (Un grupo polar posee una carga positiva ligera en un extremo de su enlace y una carga negativa ligera en el otro.) Los nitrilos, moléculas que contienen un átomo de nitrógeno con un triple enlace a un átomo de carbono, son compuestos que huelen a veces como algas. Si introdujera un nitrilo en la abertura polar de su patrón de jazmín, explica Sell, podría obtener una esencia de jaz-mín-junto-al-mar.
Por supuesto, los químicos pueden también salir del laboratorio y buscar novedades en la naturaleza. Esa es la especialidad de Román Kaiser, de Givau-dan Roure, en Suiza. Hace más de 25 años, Kaiser ayudó a iniciar la tecnología headspace, que sitúa una campana de cristal sobre una flor u otra fuente odorífera para atrapar todas las moléculas volátiles, que capturaría la nariz del químico si tuviese la cabeza en ese espacio, y se puede entonces sintetizar las molé-
culas y tratar de reconstruir la fragancia viva. (Givaudan usa la misma técnica para analizar cómo la piel rugosa y grasienta de alguna gente puede ocasionar que un perfume se torne discordante, al sostener ciertas notas por más tiempo que el deseado por su creador. Algo así debió pasarle a mi madre con Jicky).
La pasión de Kaiser es atrapar esencias en el medio silvestre. Ha recogido y después reconstituido el olor de los claveles que sopla desde una isla cercana a la Bretaña francesa, y el de la resina de pino tostándose al sol mediterráneo.
En nuestros días son populares los olores de alimentos; Cresp ayudó a comenzar esa fiebre hace pocos años con Ángel, un perfume que huele a chocolate y almendras tostadas. Aparentemente los olores de alimentos traen a los compradores recuerdos de su infancia.
Personalmente, aparte de una ligera nostalgia por el Vicks VapoRub, nunca me sentí vinculado a ningún olor, comestible o no, hasta que visité las oficinas de L'Oréal y Elisabeth Carre me dio un soplo de Arpége. Fue una experiencia extraña y hasta problemática: sentado allí, con desconocidos, en una sala de conferencias de París, mientras hacíamos pasar bajo nuestras narices tiras de papel de muestra, sentir de repente, emotivamente, la presencia de mi madre. Mi nariz no está aún lo bastante entrenada para saber qué fue lo que me golpeó; puede que fueran los aldehidos o el frutal undecalactone. O acaso fueron las notas de rosa, ascendiendo desde mi corazón.
Fuente: Discover - Robert Kunzig Link
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EDGAR IVAN
zacatecas, mexico
me parece buen trabajo excelente trabajo sigan por el camino del exito FELICIDADES¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡