La cocción, esa manipulación ejercida sobre los alimentos, produce modificaciones que, en algunos casos, permite que el producto pase de no ser comestible a poder ser consumido. Esto ocurre, por ejemplo, con los cereales y las legumbres. Pero no todos los cambios que se producen en los alimentos cuando se cuecen son positivos. El contacto con el agua al hervirlos provoca importantes pérdidas de nutrientes valiosos, como algunas vitaminas y minerales que no solemos tomar en las cantidades necesarias.
Este es el principal argumento para fomentar la ingesta de alimentos crudos, entre los que figuran muchas hortalizas y todas las frutas, pero también el aceite de oliva virgen, los frutos secos y los disecados. Un consumo regular de comida cruda nos ofrece mejores perspectivas para nuestro equilibrio nutricional. Dos piezas de frutas, un generoso plato de ensalada y de tres a cinco cucharadas de aceite de oliva virgen pueden considerarse como un mínimo diario. Debido a su elevado contenido energético, el aporte de aceite debe mantenerse en unos márgenes mucho más estrechos que en el caso de las hortalizas y de las frutas.
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